Carta a Extremadura

Conozco Extremadura desde el año 73 y los cambios que se
han producido, aunque algoo lentos, han sido espectaculares. 
Desaparecieron las carreteras de tierra y han sido sustituidas 
por calzadas de doble sentido con buen asfaltado y ancho
aceptable y aún manteniendo, en determinados tramos, 
los sinuosos trazados, herencia de los caminos tradicionales 
interpueblos, no presentan dificultad alguna debido a su 
buena señalización, tanto diurna, como nocturna.

Ya no es necesario ir a la fuente del pueblo a por agua 
porque no llegaba a las casas. 
Se acabaron, gracias a sus grandes pantanos, los tiempos 
en los que pasaban meses sin que el agua llegara 
más que unas horas hasta casa.

Pasaron los tiempos en los que la electricidad iba y venía 
como las cigüeñas.

Pasaron los tiempos en que había que ir al río a bañarse, 
pues todos y cada uno de los pueblos disponen de buenas
piscinas con restaurante y precios muy asequibles.

Pasaron los tiempos en los que los columpios eran un tesoro, 
y se dejaron atrás casi todos los columpios metálicos que 
abrasaban las manos, las piernas y todo,
en los meses de verano...

Pasaron los tiempos en los que la asistencia sanitaria 
producía, al menos, duda. 
Aquellos tiempos en los que, dependiendo de a qué distancia 
de un hospital se producía un accidente, la gente moría o no. 

Es impresionante caminar por la línea con Portugal, 
por ejemplo,  y ver cómo en cada pueblo existe una 
zona habilitada como helipuerto para traslados de urgencia.

Es impresionante, también, el comprobar con gusto que
los productos que se comían y bebían hace ya 41 años, 
se siguen produciendo igual y saben igual. 
La morcilla de patata, la de lustre, el chorizo, las galletas 
rizadas, las perrunillas, la sandía y el melón, el cordero, 
la ternera, el pimentón de la Vera, los mantecados, 
los dulces de almendra, los canelones…
y, por supuesto, de todos los productos del cerdo.

Se acabaron, aunque no del todo, las otrora generalizadas
ventas ambulantes de casi de todo, incluída la leche 
o los helados. 
Aún así, paseando por los pueblos son aún abundantes los 
portales que se mantienen entreabiertos, mostrando los 
productos de la huerta que, tras llamar a la puerta, 
venden a precios bajos y calidad segura.
Patatas, tomates, sandías, melones, cerezas…

No se acabaron otras costumbres. 
No se acabó el sentarse cada noche a la fresca en grupo 
en la acera o en las adoquinadas calles para hablar,
reir y chismorrear... 
No se acabó el saludo de cada uno de los que te cruzas 
en cada calle, pero quizá sí se ha ido sustituyendo el mítico 
“andar con Dios”, por el más corto pero igual sentido “adio” 
prolongando la o de forma tónica y profunda.
Echo en falta también aquel mítico  “¿y tú de quién eres?”, 
porque quizá la gente sí ha ganado en prudencia y reserva,
lo que no sé si es ganar o perder.
No se acabó la siesta, más que nada porque el tiempo obliga. 
No sé acabó la alegría de los jóvenes en verano cuando se 
juntan con los amigos del verano anterior y se dedican
a estar juntos, en la sombra y las piscinas durante el día, 
y en las terrazas y los pubs de noche. 
Siempre vestidos de forma alegre, colorida, moderna y fresca,
lo que conlleva las miradas de reojo de los más mayores 
entre extrañadas, acostumbradas a las sorpresas de la
juventud y quizás añorantes de lo que quedó atrás. 
No se acabaron tantas cosas. 
Son esas cosas que no se acabaron las que hacen
que volvamos vez tras vez.

Están siendo, estos cuatro o cinco últimos, unos años 
complicados, y cuando te paras a hablar con la gente 
así te lo transmiten. 
Se venden muchas casas, muchos coches y cuesta venderlos. 
Se paga cada vez menos por ellos. 
El paro azota de nuevo y no se ven salidas rápidas ni fáciles, 
pero nadie se rinde, ni tan siquiera lo piensan. 
La gente se dedica a trabajar, a seguir trabajando 
como se ha hecho siempre. 
Son muchas las peleas que he mantenido en los últimos
años con gentes de otras regiones que siguen inmersos 
en la idea de que tanto Extremadura como Andalucía 
viven a base de subsidios. 
Es sorprende, en cambio, la cantidad de gente emprendedora 
que existe en Extremadura. 
La tradición del trabajo en el campo, en el propio campo, 
produciendo y vendiendo, junto con la escasez de grandes 
empresas que absorban gran cantidad de mano de obra,
pueden ser dos de los factores decisivos a la hora de forjar 
ese carácter emprendedor, por no remitirnos a la historia de 
descubridores y conquistadores de América, o a otros que 
fueron punta de lanza y dinamizadores de la lucha 
contra los franceses a principios del XIX. 
Son cantidad los extremeños que han emprendido la aventura 
de abrir bares, restaurantes, tiendas de alimentación, 
de ropa, talleres mecánicos, empresas de construcción, 
de transporte, manufactureras, de hostelería,  farmacias, 
centros de salud, clínicas dentales, centros de estética, 
gimnasios, agencias inmobiliarias, asesorías…
¿qué más hay que hacer para emprender?  Innovar. 
Y en eso también tienen pioneros con investigadores 
en temas biológicos, alimenticios y energéticos.

¡Cómo has cambiado Extremadura! 
¡Y cómo mantienes viva tu esencia!

Sigue mejorando pero no cambies, 
para que queramos seguir volviendo.

Joserra